Desde tiempos inmemoriales, las
flores, los cristales, las piedras preciosas y las aves han tenido un
significado especial para el espíritu humano. Al igual que todas las formas de
vida, son, lógicamente, manifestaciones temporales de la Vida y la Conciencia.
Su significado especial y la razón por la que los seres humanos se han sentido
fascinados y atraídos por ellas pueden atribuirse a su cualidad etérea.
Cuando el ser humano tiene un
cierto grado de Presencia, de atención y alerta en sus percepciones, puede
sentir la esencia divina de la vida, la conciencia interior o el espíritu de
todas las criaturas y de todas las formas
de vida, y reconocer que es uno con esa esencia y amarla como a sí mismo. Sin
embargo, hasta tanto eso sucede, la mayoría de los seres humanos perciben
solamente las formas exteriores sin tomar conciencia de su esencia interior, de
la misma manera que no reconocen su propia esencia y se limitan a identificarse
solamente con su forma física y psicológica.
Sin embargo, en el caso de una
flor, un cristal, una piedra preciosa o un ave, hasta una persona con un grado
mínimo de Presencia puede sentir ocasionalmente que en esa forma hay algo más
que una simple existencia física, aún sin comprender la razón por la que se
siente atraída y percibe una cierta afinidad por ella. Debido a su naturaleza
etérea, esa forma oculta menos el espíritu interior que otras formas de vida.
La excepción de esto son todas las formas recién nacidas como los bebés, los
cachorros, los gatitos, los corderos, etcétera; son frágiles, delicados y no
se han establecido firmemente en la materialidad. De ellos emana todavía
inocencia, dulzura y una belleza que no es de este mundo. Son un deleite hasta
para los seres humanos relativamente insensibles.
Así que cuando contemplamos
conscientemente una flor, un cristal o un ave sin decir su nombre mentalmente,
se convierte en una ventana hacia el mundo de lo informe. Podemos vislumbrar
algo del mundo del espíritu. Es por eso que estas tres formas "iluminadas
y aligeradas" de vida han desempeñado un papel tan importante en la
evolución de la conciencia humana desde la antigüedad; es la razón por la cual
la joya de la flor de loto es un símbolo central del budismo y la paloma, el
ave blanca, representa al Espíritu Santo en el cristianismo.
Han venido
abonando el terreno para un cambio más profundo de la conciencia planetaria,
el cual debe manifestarse en la especie humana. Es el despertar espiritual que
comenzamos a presenciar ahora.
Extracto del Libro "Una Nueva Tierra"- Eckhart Tolle