Tus brazos, tus piernas, tu columna
vertebral, por miedo a los otros, sin que te des cuenta, tienden a girar hacia
dentro obedeciendo a una memoria fetal.
Tu esqueleto tiene reacciones de erizo: al
menor peligro se enrolla. Pero el tiempo avanza sin posibilidad de retroceso.
No puedes convertirte en una bola, separado del mundo. Esos huesos saben que un
día flotarán en el cosmos. Tu esqueleto, atraído por el futuro, tiene
posibilidad de abrirse, como una flor de la cual aún eres el capullo cerrado.
Y basta ya de caminar con un muro negro
tras tu espalda. Llevas en la nuca el mundo convertido en noche. Gira la
cabeza, que tus ojos alumbren lo desconocido… Aún más… Hacia la izquierda, así,
hasta que se borre el concepto nuca… Ahora hacia la derecha… No estás obligado
a avanzar arrastrando una oscuridad. Tu cuerpo no tiene delante, ni detrás, ni
costados; es una esfera rutilante.
Si los huesos son seres, las articulaciones
son puentes por donde has de atravesar el tiempo.
Cada una de tus edades sigue viviendo en
ti.
La primera infancia se guarece en tus pies.
Si dejas a tu bebé encerrado allí, te traba
la marcha, te sumerge en una memoria que es cuna y prisión, te corta del
futuro, te empantana en el pedir sin dar y sin hacer.
Deja que la energía acumulada en tus
plantas, dedos, empeine, suba hasta las canillas, te transforme en niño: juega,
baila, patea el aire como si fuera un gigante al que dominas. Pero no te quedes
ahí, asalta esa fortaleza al parecer inexpugnable que son tus rodillas.
Por delante presentan una coraza al mundo,
pero detrás, en la intimidad, te ofrecen la sensualidad del adolescente.
Las rodillas conquistan el mundo, te
permiten ocupar como un rey tu territorio, son los caballos feroces de tu
carro. Pero si no sigues subiendo, madurando, ahí te quedarás, encerrado en tu
castillo. Vamos, entra en ellas y sube por tus muslos, hazte adulto, en las
articulaciones que unen tus húmeros a la pelvis descubre la capacidad de
abertura de tus piernas…
Ante ti, mi héroe, se presenta la sagrada
columna, cada vértebra es un escalón que te lleva de la tierra al cielo.
Desde la grandeza y potencia de las
lumbares, trepa hacia las sentimentales dorsales y llega a las lúcidas
cervicales, para recibir la caja craneana, cofre de los tesoros que culmina en
diez mil pétalos abriéndose hacia la energía luminosa que llueve del cosmos.
Y ahora que has aprendido a abrirte, no te
quedes encerrado…
Extracto del libro "El maestro y las magas" Alejandro Jodorowsky