La transformación del mundo resulta de la
transformación de uno
mismo, porque uno mismo es producto y parte del proceso total de
la existencia
humana.
Para que uno pueda transformarse, es esencial que se conozca; sin
conocer
lo que somos, no hay base para el recto pensar ni puede
haber transformación
alguna.
Uno debe conocerse tal como es, no como quisiera ser, lo cual es tan
sólo un ideal y, por lo tanto, es algo ficticio, irreal; sólo lo que es puede
ser transformado, no lo que uno desearía ser. Conocernos tal como
somos
requiere una vigilancia extraordinaria de la mente, porque lo
que es
experimenta modificaciones, cambios constantes; y para poder
seguirlos con
rapidez, la mente no debe estar atada a ningún dogma, a
ninguna creencia en
particular, a ningún modelo de acción. Si uno
quiere ir en pos de algo, no es
bueno estar atado.
Para conocernos a nosotros mismos, nuestra
mente debe hallarse en un
estado de percepción alerta, de vigilancia, estado en
el que se halla libre
de todas las creencias, de todas las idealizaciones,
porque las creencias
y los ideales nos dan un solo color, falseando la
verdadera percepción.
Si queremos saber lo que somos, no podemos imaginar algo
que no
somos ni creer en ello. Si soy codicioso, envidioso, violento, de poco
vale
que tenga meramente un ideal de no-violencia, de no codicia [...].
La
comprensión de lo que somos , feos o hermosos, malvados o dañinos,
lo que fuere, el comprender sin distorsión alguna lo que realmente
somos, es el principio de
la virtud.
La virtud es esencial, porque ella nos brinda libertad.
Jiddu Krishnamurti