En
los últimos 40 años, he mantenido una práctica como maestra, consejera y
terapeuta corporal usando como medio el sonido. He trabajado con miles de
personas escuchando sus cuerpos, no lo que sus mentes decían acerca de cómo
esos cuerpos se sentían, sino lo que los cuerpos hablaban acerca de su propia
experiencia. Lo que he aprendido de esa escucha consciente es que nuestras
concordancias tejen nuestra trama en común. La mayoría de nosotros creemos que
nuestras experiencias de abuso son las únicas, que nuestras historias
personales son las que nos hacen diferentes. De hecho lo opuesto, es cierto.
Son nuestras historias las que no hacen semejantes. Nuestra peculiaridad se
expresa en cómo sobrevivimos, cómo conservamos nuestra humanidad, y cómo
creamos nuestra realidad con lo que nos fue dado. No es nuestra historia lo que
nos hace especiales. Es nuestra creatividad lo que nos da la capacidad de
distinguirnos.
A
través de este trabajo he observado que todos experimentamos cierto grado de
amnesia corporal y mental. A través de mi trabajo, he notado la existencia de
una substancia que reside en el cuerpo. Es algo que he sentido vibracionalmente en casi todos los clientes con los que he
trabajado. Es una sustancia mucilaginosa, un líquido pegajoso que cubre y rodea
nuestro sistema nervioso, imbuido en nuestro tronco cerebral. Cubre las líneas
que alimentan el sistema eléctrico del cuerpo. Esta sustancia se coagula
causando que la pulsación de las corrientes que recorren el cuerpo se tornen
menos perceptibles, más débiles, impidiendo que nuestro cerebro superior
perciba las necesidad del inferior, el cuerpo. El sistema corporal se torna más
proclive a la deshidratación.
Experimentar ese registro se parece a la ausencia de ritmo, de pulso.
Desconozco qué lo ocasiona o si siempre ha estado allí. Sólo sé que se
manifiesta como un estado de amnesia en el cuerpo, suprimiendo las terminales
de memoria en el cerebro. Se coagula de tal manera que casi se convierte en una
forma de vida en sí misma, viviendo en nuestro cuerpo físico. Nos aparta de
recordar quiénes somos, qué vinimos a hacer. Nos hace olvidar que el trabajo
más importante en nuestras vidas es estar conscientes.
Todos
los maestros a los que he escuchado hablar del “despertar de la consciencia”
coinciden en que uno necesita realizar alguna forma de trabajo todos los días
para alcanzar este despertar. He descubierto que el sonido nos ayuda a
disolver, fundir , cambiar la estructura del cuerpo para tornarlo más fluido,
transformando esta coagulación en protoplasma que permite que la hidratación
ocurra. Cuando hablo de sonido, no separo sonido, de luz, color o movimiento.
Aunque puedan ser separados de forma individual, en mi experiencia, son lo
mismo, traducidos como diferentes octavas o vibraciones entre sí. El sonido
rompe cristalizaciones. El sonido crea una resonancia que el movimiento
comienza a manifestar de modo que la reverberación continúa.
El
sonido es una herramienta definitiva para navegar el territorio interno del
cuerpo físico, considerando que el cuerpo es 80% fluido con una corriente
eléctrica circulando a través de él como un generador. El trabajo sonoro es
dinámico por naturaleza. Siempre crea cambio. Cuando exploramos estos
territorios internos en nuestros cuerpos, nuestros laboratorios corporales,
queremos darnos cuenta de dónde hay pulso y ritmo, y dónde no lo hay. Donde hay
ritmo, nos sincronizamos con su resonancia
y seguimos la dirección que nos indica, y dónde no hay ritmo, podemos
utilizar el sonido para comenzar a despertarnos del entumecimiento para
descubrir su patrón único de ritmo.
El
sonido “hum”, un ejercicio al que apelo frecuentemente en mis clases, provee
una base de trabajo que nos permite involucrarnos con esta sustancia y con
nuestra amnesia. Practicado diariamente, el sonido “hum” suaviza y mantiene esa
circulación fluidamente a través de nuestro cuerpo. Esta simple sílaba, emplea consonantes que permiten
resonar en el cuerpo, creando una reverberación y un masaje sutil en este
paisaje interno.
Para
trabajar de este modo, la consistencia es un componente fundamental. Es en el
proceso de hacer, rastrear y darnos cuenta lo que ocurre, que comenzamos a
aprender como el sonido trabaja en nosotros. Convertirnos en nuestro
laboratorio nos permite aprenderlo de primera mano. Pasé muchos años
diariamente utilizando sonido, “humming” desde mi lugar de adormecimiento,
desde mi amnesia, hasta que comencé a sentir un pequeño movimiento, una
reverberación, un despertar que comenzaba a suceder. Utilizando el sonido
“hum”, comencé a despertar lo que se hallaba dormido, a despertar de la
inercia, a despertar al ritmo que expresaba lo negado.
Extractado
del libro TUNING THE BLUES TO GOLD, por Vickie Dodd
Traducción: Karina
Quiroga, con permiso de su autora
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