Para entenderlo tenemos que prescindir de
nuestras ideas preconcebidas, dejarlas a un lado si no queremos exponernos a un
fracaso.
La idea generalmente formada es la que la
espiritualidad
se manifiesta por medio de la oración y de
la meditación; pero si
miramos la vida de nuestro Salvador, veremos que no fue la de un
perezoso.
Jesucristo no estuvo enclaustrado, no se apartó ni se ocultó del mundo.
Al
contrario, se mezcló con las gentes y les ayudó en sus necesidades
diarias; les dio de comer
cuando fue necesario; curó sus males cuando se
le presentó una oportunidad y también les dio
enseñanzas. De este modo
El era, en el verdadero sentido de la palabra, un Servidor de la
Humanidad.
Hay muchas personas que buscan poderes
espirituales, yendo de un, así
llamado, Centro oculto a otro, entrando en monasterios y
otros lugares
de reclusión y esperando que por el hecho de huir del ruido mundanal
cultivaran
su naturaleza espiritual. Ellos se absorben en el sol de la
oración y de la meditación desde
la mañana hasta la noche, mientras el
mundo alrededor de ellos está agonizando de
dolor.
Y entonces estas personas se extrañan de que no progresen y de que
no adelanten en el
sendero de la aspiración.
Indudablemente la verdadera oración y
meditación son necesarias y
absolutamente esenciales para el crecimiento del alma.
Pero estamos
condenados al fracaso si para el crecimiento del alma
dependemos de oraciones que no son más
que palabras.
Al fin de obtener resultados, debemos vivir
de tal modo que toda
nuestra vida se convierta en una oración, en una aspiración.
Como dice
Emerson:
"Aunque tus rodillas no se doblen
nunca, al cielo van a parar tus
oraciones diarias, y ya sean dictadas para bien o para mal, son
tenidas
en cuenta y contestadas."
No son las palabras que pronunciamos en
momentos de oración las
que cuentan, sino la vida que nos lleva a la oración.
No hay más que un camino para demostrar
nuestra fe, y éste es el
de nuestras obras.
Todos los que tratan de cultivar esta rara
cualidad que se llama
espiritualidad, tienen que empezar siempre por hacer todo por la
gloria del Señor; porque cuando hacemos todas las cosas como para
el Señor, no importa qué
clase de trabajo hagamos; cavar la tierra,
hacer una invención, predicar el evangelio o
cualquier otra cosa, es
trabajo espiritual desde el momento que lo hacemos por el amor de
Dios
y de los hombres.
Extractos de “Enseñanzas de un iniciado” Max Heindel