Uno de
los principios universales dicta «Como es arriba es abajo»,
o sea, el plano de cómo funciona el universo
se repite a diferentes
escalas y en diferentes niveles.
Si fuéramos una
partícula microscópica y miráramos a nuestro
alrededor seguramente
veríamos todo –las mesas, las personas,
el agua– no como cosas físicas,
sino exactamente como
veía yo las galaxias en el planetario: un
inmenso espacio, un gran vacío.
En física la única diferencia entre una roca
y una hoja es la
configuración atómica y su vibración; cuanto más rápido
vibre
el objeto, más invisible; cuanto más lento vibre, más
denso.
En otras palabras, estamos hechos de lo mismo.
Somos Uno, una
sola materia y un solo espíritu.
Nosotros somos como las estrellas del
firmamento que no se
percatan que son parte de un gran sistema solar.
Tal
como lo somos nosotros, esa estrella es parte del todo;
no se puede
eliminar, no se puede extirpar, sólo se puede
transformar, convirtiéndose,
al terminar su ciclo, en parte
de otra estrella.
A veces en momentos de contemplación me
pregunto cómo
luciría el universo físicamente si pudiera verlo a
distancia.
¿Cómo sería su forma?
¿Sería como un ser humano gigantesco?
¿Sería la verdadera imagen de Dios? o ¿acaso sería yo misma
pero a Su
imagen y semejanza?
Lo único de lo que estoy segura es que somos
estrellas de la misma
galaxia, hechos de la misma materia y unidos
por el mismo
pegamento que es el amor. Somos parte del mismo Ser y
por lo
tanto, somos Uno y parte de Dios.
Extracto de “El Proceso de Conexiòn”- Sharon
M. Koenig