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viernes, 16 de marzo de 2012

LIBERATE A TI MISMO





Las enseñanzas del fundador de la Terapia Floral sobre la esencia de la enfermedad y la salud



Nada más sencillo que eso. La Historia de la Vida.

Salud: éxito y felicidad, y un auténtico servicio al prójimo, servir a nuestra manera a través del amor en una completa libertad.
Venimos al mundo con el conocimiento del cuadro que debemos pintar y hemos trazado ya el camino a través de nuestra vida. Todo los que nos queda por hacer es darle forma.  Recorremos nuestro camino llenos de alegría e interés, y concentramos toda nuestra atención en el perfeccionamiento de ese cuadro, poniendo en práctica, lo mejor que podemos, nuestros pensamientos y objetivos en la vida física del entorno que hemos elegido.
Si desde el principio hasta el final perseguimos nuestros ideales con todas las fuerzas que poseemos, si aspiramos a que nuestros deseos se hagan realidad, entonces no existe el fracaso sino más bien, al contrario, nuestra vida se hace marcadamente exitosa, sana y afortunada.

Enfermedad: la reacción de la injerencia. Es un fracaso e infelicidad transitoria que se establece en nuestras vidas cuando permitimos que otros se inmiscuyan en el sentido de nuestra existencia sembrando la duda, el miedo o la indiferencia.


La salud depende de que estemos en armonía con nuestra alma.

Es de esencial importancia el que entendamos el verdadero significado de salud y enfermedad. La salud es nuestra herencia, nuestro derecho. Salud es la unidad completa del alma, cuerpo y  espíritu, y eso no es tan difícil de conseguir, ni tampoco es un ideal que nos quede tan lejos sino, más bien, algo que puede ser logrado sin mucho esfuerzo y de manera natural.
Todos los objetos terrenales no son otra cosa que la interpretación de objetos espirituales. Incluso detrás del acontecimiento más insignificante se esconde una finalidad divina. Cada uno de nosotros tiene una misión divina en este mundo, y nuestras almas utilizan nuestro espíritu y nuestro cuerpo como instrumentos para poder llevar a cabo este objetivo, de tal manera que cuando estos tres aspectos funcionan en mutua armonía, la consecuencia es entonces la salud total y la felicidad absoluta.
Venimos al mundo con una completa consciencia de nuestra especial tarea. Nos sabemos nacidos con el inimaginable privilegio de que todas nuestras luchas han sido ganadas antes de que las hayamos comenzado, de que la victoria nos es cierta antes de que se haya establecido la prueba, porque sabemos que nosotros somos hijos de Dios y que, por lo tanto, somos divinos e invencibles. Con esta revelación, la vida es una pura alegría. Podemos considerar todas las duras y difíciles experiencias de la vida como una aventura, ya que no debemos hacer otra cosa que reconocer nuestro poder, defender sinceramente nuestra divinidad, y entonces las dificultades se esfumarán como la niebla ante los rayos del sol. De hecho, Dios da a sus hijos la soberanía sobre todas las cosas.
Si sólo le prestamos atención a ellas, nuestras almas nos conducirán en cada ocasión y en cada situación difícil. Y cuando el espíritu y el cuerpo hayan sido guiados, marcharán por la vida irradiando felicidad y salud, tan libres de preocupaciones y responsabilidades como un pequeño y confiado niño. 


Nuestras almas son perfectas. Somos hijos de Dios, y todo lo que nuestra 
alma nos obliga a hacer es por nuestro bien.

Por esta razón, la salud es el reconocimiento más cierto de lo que somos. Nosotros somos perfectos, somos los hijos de Dios. No tenemos que aspirar a lo que ya hemos alcanzado. Estamos en este mundo únicamente para manifestar la perfección en su forma material con la que estamos bendecidos desde el comienzo de los tiempos. Salud significa obedecer las órdenes de nuestra alma, ser confiados como un niño pequeño, mantener el intelecto a raya con sus argumentos lógicos (el árbol de la sabiduría de lo bueno y de lo malo), con sus pros y sus contras, con sus miedos preconcebidos. Salud significa ignorar lo convencional, las imaginaciones banales, así como las órdenes de otras personas con el fin de que podamos ir por la vida inalterados, indemnes y libres para poder así servir a nuestros semejantes.
Podemos medir nuestra salud según nuestra felicidad, y nuestra felicidad refleja la obediencia a nuestra alma. No es necesario ser un monje o una monja, o aislarse del mundo. El mundo está ahí precisamente para que lo disfrutemos y para que le sirvamos. Y sólo sirviéndole motivados por el amor y la felicidad, podremos ser útiles de verdad y dar lo mejor de nosotros. Cuando se hace algo por obligación, quizás hasta con un sentimiento de enojo o de impaciencia, el trabajo realizado  no vale nada, siendo el despilfarro de un tiempo muy valioso que podríamos dedicar a uno de nuestros semejantes que realmente necesitase nuestra ayuda.


Si seguimos nuestros propios instintos, nuestros deseos, nuestros pensamientos, nuestras necesidades... entonces no deberíamos conocer otra cosa más que alegría y salud.

Escuchar la voz de nuestra alma no es ningún objetivo imposible. Siempre que estemos dispuestos a reconocerlo, resultará muy fácil. La sencillez es la palabra clave de toda creación.
Nuestra alma (suave y delicada voz, la propia voz de Dios), nos habla a través de nuestra intuición, nuestros instintos, nuestros deseos, ideales, nuestras preferencias y desafectos habituales…
La enfermedad es la consecuencia de la resistencia de la personalidad frente al liderazgo del alma que se manifiesta corporalmente. La enfermedad se presenta cuando hacemos oídos sordos a la voz  “suave y delicada” y olvidamos la divinidad que hay en nosotros, o cuando intentamos imponer a otros nuestros deseos o permitimos que sus propuestas, ideas y órdenes nos influyan.


Si permitimos que otros se inmiscuyan en nuestra vida, entonces ya no podremos oír las órdenes de nuestra alma conduciéndonos a la desarmonía y a la enfermedad. El momento en que el pensamiento de otra persona irrumpe en nuestro espíritu nos desvía de nuestro verdadero rumbo.
          
Con nuestro nacimiento, Dios nos otorgó el privilegio de una individualidad única. Nos confió una tarea especial que sólo cada uno de nosotros podemos hacer. Él indicó a cada persona el camino propio que debe seguir sin que haya nada que le obstaculice. Por lo tanto, queremos estar  pendientes para no permitir ninguna intromisión por parte de otros y, lo que quizás es aún más importante, que no nos inmiscuyamos bajo ningún concepto en la vida de los otros. Ahí reside la verdadera salud, el verdadero servicio al prójimo y la realización del sentido de nuestra vida.
El cuerpo refleja los verdaderos motivos de la enfermedad, tales como el miedo, indecisión, dudas, etc., a través del desorden de sus sistemas y tejidos.
Por este motivo, la enfermedad es la consecuencia de distorsiones e intromisiones al irrumpir en la vida de otro o permitir que otros lo hagan en la nuestra.


Todo lo que tenemos que hacer es salvaguardar nuestra personalidad, vivir nuestra propia vida, ser el capitán de nuestro propio barco, y así todo saldrá bien.

En nosotros existen importantes características, a través de las que nos vamos perfeccionando poco a poco, concentrándonos posiblemente en una o dos a la vez. Son aquellas características que en la vida terrenal de todos los grandes maestros que ha habido de tiempo en tiempo se han puesto de manifiesto para enseñarnos y ayudarnos a reconocer lo sencillo que es superar todas nuestras dificultades.
Éstas son las siguientes posibilidades:   Amor/Simpatía.    Indulgencia/Fuerza.    Sabiduría/Perdón.   Paz/Firmeza.    Comprensiòn/Tolerancia.     Valor/Alegrìa
                                                                                          
Y al igual que existen esas cualidades, esos pasos hacia la perfección, también se dan obstáculos o impedimentos que tienen la finalidad de fortalecernos en nuestro destino y en nuestra constancia.
Las siguientes son las verdaderas causas de la enfermedad:  Inhibición. Indiferencia. Ignorancia. Miedo. Debilidad. Impaciencia. Intranquilidad. Duda. Temor. Indecisiòn. Entusiasmo exagerado. Aflicciòn.            
Si permitimos el libre acceso a todos esos impedimentos, éstos se reflejarán en nuestro cuerpo, originando lo que llamamos enfermedad.


Una vez que hayamos reconocido nuestra divinidad, se hace todo mucho más sencillo.

Al comienzo, Dios dio al hombre el dominio sobre todas las cosas. El hombre, la criatura del Creador, tiene un motivo tan profundo para su desarmonía como la ráfaga del aire que entra por una ventana abierta,  “Nuestros errores no se fundamentan en nuestras estrellas, sino en nosotros mismos”, y qué agradecidos y llenos de esperanza estaremos cuando seamos capaces de reconocer que la curación también se encuentra en nosotros mismos. Cuando apartemos de nosotros la desarmonía, el miedo, el temor o la indecisión, se restablecerá la armonía entre el alma y el espíritu, y el cuerpo recuperará la perfección en todas sus partes.
Independientemente de la enfermedad que padezcamos, sea cual sea el resultado de esa desarmonía, podemos estar seguros de que la sanación reside en el ámbito de nuestras posibilidades, ya que nuestra alma nunca exige de nosotros más de lo que podemos realizar sin esfuerzo.



Cada uno de nosotros es un sanador, porque cada uno experimenta en su corazón amor por alguna cosa: por nuestros semejantes, por los animales, la naturaleza o la belleza en alguna de sus manifestaciones.

Y cualquiera de nosotros quiere conservar ese amor y contribuir a que sea cada vez mayor. Cada uno de nosotros también siente compasión por aquellos que sufren. Esta compasión es totalmente natural porque todos nosotros, en algún momento de nuestra vida, hemos padecido. Por este motivo, no sólo nos podemos sanar a nosotros mismos, sino que también tenemos el privilegio de encontrarnos en situación de ayudar a sanar a nuestros semejantes, siendo los únicos requisitos para todo esto el amor y la compasión.
Nosotros, como hijos del Creador, llevamos la perfección en nosotros mismos y venimos al mundo con el fin de reconocer nuestra divinidad. Por esta razón, todos los exámenes y experiencias de la vida no pueden hacer nada contra nosotros, ya que con la ayuda de este poder divino todo es posible…


La Verdadera naturaleza de la enfermedad.
En la verdadera curación no tiene ningún significado la naturaleza ni el nombre de la enfermedad física. La enfermedad del cuerpo, en sí misma, no es otra cosa más que el resultado de la desarmonía entre el alma y el espíritu. Representa sólo un síntoma de la verdadera causa y, dado que la misma causa se manifiesta de manera diferente casi en cada uno de nosotros, debemos intentar apartar la causa, desapareciendo automáticamente las consecuencias, cualesquiera que éstas fueran…
Durante demasiado tiempo hemos culpado a los agentes patógenos, resistentes a la alimentación y los hemos considerado como las causas de las enfermedades…
Nada en la naturaleza nos puede dañar si somos felices y armónicos, ya que precisamente para todo lo contrario está ahí la Naturaleza: para nuestro beneficio y disfrute. Sólo cuando permitimos que la duda y la depresión, la indecisión o el miedo crezca en nosotros, somos susceptibles ante las influencias externas…

Cada enfermedad, sea todo lo grave que se quiera, puede ser curada siempre que se recupere la felicidad del paciente y éste desarrolle el deseo de retomar la obra de su vida. 

Con frecuencia se necesita para ello una transformación mínima en su estilo de vida, cualquier idea fija insignificante que le hace intolerante frente a los demás, cualquier responsabilidad falsa que le esclaviza cuando podría hacer algo bueno. Existen siete maravillosos estadios en la curación de la enfermedad y son los siguientes:  
Paz.   Esperanza.   Alegría.   Confianza.   Certeza.   Sabiduría.   Amor.


Para que nosotros mismos seamos libres, debemos dar libertad a los demás.
La meta última de la humanidad es la perfección, y para alcanzar ese estado el hombre debe aprender a caminar ileso por entre las diferentes experiencias de la vida. Debe enfrentarse a todos los obstáculos y tentaciones sin permitir ser apartado de su camino. Si lo consigue, se verá libre de todas las dificultades, injusticias y padecimientos de la vida. Esa persona ha almacenado en su alma el amor perfecto, la sabiduría, el valor, la tolerancia y la comprensión que son el resultado de saber y ver todo, ya que el maestro perfecto es aquel que ha vivido todas las experiencias.
Nosotros podemos hacer de ese viaje por la vida una breve y satisfactoria experiencia cuando re conocemos que la libertad de servidumbre sólo se consigue si damos libertad a los demás. Seremos libres cuando demos libertad a los demás, ya que sólo podemos aprender a través de nuestro buen ejemplo, es decir, dando libertad a todas aquellas personas que tienen que ver con nosotros. Cuando demos libertad a cada ser vivo y a todos los que están a nuestro alrededor, entonces seremos nosotros libres. Si comprobamos que no intentamos controlar o manejar la vida del otro hasta en el más mínimo detalle, entonces nos daremos cuenta de que la intromisión ha desaparecido de nuestras vidas, porque son precisamente aquellas personas a las que tenemos maniatadas las que nos esclavizan…
Todos nosotros somos sanadores y, con nuestro amor y compasión, estamos en circunstancias para ayudar a aquellas personas que realmente quieren sanar. Busque el conflicto espiritual del paciente que se esconde tras la enfermedad, déle el remedio que le ayudará a superar ese defecto y todas las esperanzas y estímulos que le pueda entregar, y la fuerza curativa en él hará el resto.

Extractos del libro “Los Remedios Florales" Edward Bach- Escritos y Conferencias
 © Ediciòn *Sendero de Luz El Portal del Alma*