Les digo en verdad, ustedes son uno con la
Madre Tierra; ella está en vosotros y vosotros en ella; de ella nacieron y en
ella viven y a ella regresarán de nuevo. Es la sangre de vuestra Madre Tierra
la que cae desde las nubes y fluye en los ríos; es el aliento de nuestra Madre
Tierra el que susurra en las hojas del bosque y sopla con viento poderoso desde
las montañas; dulce y firme es la carne de nuestra Madre Tierra en las frutas
de los árboles; fuertes y firmes son los huesos de nuestra Madre Tierra en las rocas
y piedras gigantes, las cuales se mantienen como centinelas de tiempos
perdidos; verdaderamente somos uno con la Madre Tierra y aquel que se una a las
leyes de su Madre, a él también se unirá su Madre.
Les digo en verdad, el libro de la
naturaleza es un Libro Sagrado y si desean que los Hijos de los Hombres se
salven a si mismos y hallen la Vida Eterna, enséñenles una vez más, cómo leer
las páginas vivientes de la Madre Tierra; porque en toda cosa que esté con vida
está escrita la Ley; está escrita en el pasto, en los árboles, en los ríos, en
las montañas, en las aves del cielo y en los peces del mar y la mayor parte
está dentro del Hijo del Hombre. Sólo cuando él regrese al seno de su Madre
Tierra encontrará la Vida Eterna y el Torrente de Vida lo guiará hacia su Padre
Celestial; sólo de este modo puede evitarse la visión tenebrosa del futuro.
Les digo en verdad, el Reino de nuestro
Padre Celestial es vasto, tan vasto que ningún hombre puede conocer sus
límites, porque allí no los hay.
Sin embargo, todo Su Reino puede ser
encontrado en la gota más pequeña del rocío sobre una flor silvestre, o en el
aroma del pasto recién cortado en los campos bajo el sol de verano.
¡Verdaderamente no hay palabras para
describir el Reino del Padre Celestial!
Gloriosa, de veras, es la herencia del Hijo
del Hombre, porque solamente a él le está dada, para entrar al Torrente de
Vida, el cual lo guiará al reino de su Padre Celestial. Pero primero debe
buscar y encontrar la paz con su cuerpo, con sus pensamientos, con sus sentimientos,
con los Hijos de los Hombres, con el conocimiento Sagrado y con el Reino de su
Madre Tierra.
De este modo, por lo tanto, pídanle a
vuestro Padre Celestial, cuando el sol esté alto al medio día:
Padre Nuestro
que estás en el Cielo, envía a todos los Hijos de los Hombres Tu Angel de la
Paz y envía Tu Reino, Padre Nuestro Celestial, Tu Angel de la Vida Eterna, para
que podamos elevarnos más allá de las estrellas y vivir por siempre.
Extractos del Evangelio Esenio